02.05 p.m. (Aeropuerto de Livingstone, República de Zambia)
Al final de la escalera de un avión cualquiera, una bota de
vaquero toca tierra.
Joder, nunca me alegre tanto de llegar a tierra –dijo Santi
nervioso mientras asomaba por la puerta del avión -¿Ya estás ahí abajo Henry?.
No, soy su espíritu –respondió sarcásticamente. La resaca me
esta matando –murmulló mientras se echaba las manos a la cara. Me puedes decir
donde coño me has traído culo gordo, no recuerdo nada.
Santi, ya junto a su amigo, le hecho una mano sobre los
hombros. No recuerdas, tu viaje espiritual, la vuelta de los mejores amigos, el
fiestón de anoche, ¡madre mía! ¿te acuerdas de aquellas tías? ¡las teníamos
locas! y cuando . . .
Santi, Santi, Santi, Santi –corto Henry bajando la voz
gradualmente mientras miraba a su alrededor. ¿Me puedes decir cual demonios era
la primera escala de nuestro viaje?
Santi, lo miro con cara de duda ante tal pregunta. ¿México?
–respondió.
¿Y acaso esto te parece México? ¿dónde coño estamos?
–preguntó Henry al viento. No vuelvo a mezclar bourbon y tequila nunca más,
porque el dolor de cabeza me esta matando.
Estamos en Zambia –dijo una bonita y sedosa voz.
Los dos se quedaron perplejos al ver que quien les respondía
era una joven monja.
Muchas gracias madre –agradeció Henry. Hemos debido de tener
una confusión al coger el vuelo, ahora mismo cogeremos uno de vuelta –explicó.
Me parece que eso no va a ser posible, a la hora que es no
creo que encuentren ningún vuelo hasta al menos mañana –les explicó la monja.
Espero que tengan suerte –dijo mientras se alejaba.
¡Esta buenísima Henry! –exclamó Santi. Por cierto, ¿que
cojones se come en Zambia porque tengo un hambre de tres pares de pelotas?
Estas más enfermo que yo, es una monja, no sé que se come
aquí, antílope seguramente y por favor ¿me puedes decir que coño llevas
escribiendo en esa puta agenda desde que hemos bajado del avión?
No es una agenda, es un diario –dijo Santi rápidamente.
Tengo cuarenta tacos y la vida me vuelve a permitir el poder vivir una aventura
más con el gran Henry el CONQUISTADOR Cauver, tal vez la última. No pienso
perder un detalle, pienso escribirlo todo, cada una de nuestras vivencias.
Dejate de gilipolleces –cortó Henry una vez más. Ves al
mostrador de información y pregunta como podemos ir a México más rápidamente,
da igual lo que cueste, pago yo. Nos
reunimos dentro de una hora en la puerta de embarque y buscamos algún sitio en
el que comer algo.
Y tú ¿donde vas ahora? –pregunto Santi inquisitivo.
Me has dado una idea y voy a llevarla a cabo –le respondió a
su amigo mientras se iba alejando.
¿Vas a comprar un diario? –volvió a preguntar ahora
dubitativo.
Henry sonrió mientras le guiñaba un ojo a su amigo. –Voy a
hablar con la monja.
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