Se ajusto los auriculares mientras bajaba la escalera a trote ligero, abrió la puerta del portal y salto a la calle. Pulso el play de su mp3 y comenzó a sonar la primera canción, Claro de luna de Beethoven, o lo que es lo mismo Sonata para piano nº14, op.27. Casi todo el mundo cuando hacía deporte solía ponerse música animada que ejerciera cierto ritmo sobre el cuerpo, pero a él le encantaba la música clásica, le hacía relajarse, olvidarse de todo, sentirse libre. Esa noche iba a necesitar sentirse más relajado que nunca, porque llevaba varios meses sin entrenar y sin duda iba a por todas. Había perdido el físico que le caracterizaba y estaba dispuesto a recuperarlo rápidamente.
La calle estaba oscura, la noche la dominaba por completo y el frío gélido congelaba el aíre. Nadie caminaba a esas horas, en el invierno de un miércoles cualquiera. Era el momento perfecto para hacer footing.
Aunque su forma no era ni mucho menos la de antaño avanzaba a gran velocidad, se deslizaba por las calles como un profesional. Pronto noto la fatiga y se dio cuenta que aunque su mente estaba dispuesta, su cuerpo se empeñaba en tomárselo con más calma. Gracias a la sonata de piano sabia sobrellevar la situación. El tiempo parecía ralentizarse, pues aunque parecía que ya había avanzado un buen trecho, la canción marcaba cuatro minutos y cincuenta y cuatro segundos.
Se notaba extraño, le faltaba el aire. Empezó a sentirse agobiado, parecía que la niebla se apoderaba de la calle. Alguien le llamaba. Lentamente detuvo el paso y miro hacia su izquierda. Un coche deportivo de color negro se detuvo a su lado. Desde el interior se veía a una preciosa chica morena. Bajó la ventanilla derecha y sin apenas moverse de su asiento se dirigió a él.
Observaba que esa preciosidad le estaba diciendo algo. Alargo las manos hasta sus orejas y se quito los cascos. La sonata dejo de sonar en sus oídos. La observo antes de hablar. Tenía algo que le dejaba paralizado, notaba que le atrapaba con la mirada.
-Disculpa ¿me decías algo? –dijo algo inseguro
-Estaba buscando una calle –dijo ella con una sobriedad espeluznante, casi sin mover apenas los labios.
Era muy atractiva, pero más que su imagen, lo que le atraía de ella era algo que no podía describir. No sabía si era por la fatiga, pero se sentía extraño, algo ido, como si estuviera medio dormido, pesado.
-¿Te suena la calle Laguna Estigia? –decía mientras no dejaba de mirarle a los ojos.
Empezó a responder a las preguntas que ella le realizaba casi sin voluntad propia, como si alguien le estuviera manejando. – No tengo ni idea, no lo he escuchado nunca y ni si quiera me suena. Pero puedo decirte, que algo más adelante hay una zona de calles con nombres de lagos famosos y por lo que me dices seguro que se encuentra cerca de allí.
-¿Podrías venir conmigo e indicarme? , me siento muy perdida y debo llegar sin falta, me están esperando.
Sin ni siquiera pensarlo, cuando se dio cuenta estaba montando en el coche y este estaba en marcha. Todo parecía entonces mucho más oscuro y la niebla mucho más densa. La misteriosa conductora, sin apenas mediar palabra, detuvo el coche a un lado de la carretera. Se acerco a él, puso una mano sobre su pierna. Muy sigilosamente la distancia entre ambos se fue recortando. Ella acerco su boca hasta que sus labios se deslizaron por el cuello de él. Estos treparon lentamente hasta la oreja y allí empezaron a susurrar algo. Él tenía la vista fija al frente, parecía no reaccionar ante los estímulos de ella. Parecía haberse convertido en un zombi. La chica se sentó sobre sus piernas mirándole a los ojos y dulcemente acabo besándole.
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-Buenas noches inspector –saludo cordialmente el agente.
-Buenas noches agente ¿Tiene controlada la situación? –pregunto mientras observaba el cadáver que yacía en el suelo tapado con una sabana.
-Por supuesto inspector, todo controlado. Por aquí nada extraño aparentemente. Habrá que esperar el resultado del forense para ver qué es lo que él opina, pero la cosa parece estar clara. El sujeto debió salir a hacer footing y le habrá dado un infarto.
-No se preocupe –respondió el inspector –acabo de hablar con él forense yo mismo y usted parece estar en lo cierto. El individuo debió de salir a correr por lo que el cadáver indica hace una hora y media. No sabemos todavía por qué causas, posiblemente por sobreesfuerzo físico, por que algo no andará bien dentro de él, no sé, pero el forense dice que ha sido un derrame cerebral. Posiblemente empezó a sentirse fatigado, mareado, desubicado. Digo esto porque unos agentes han encontrado este mp3 a unos cincuenta metros de aquí –dijo mientras sacaba una bolsa del bolsillo interior de su chaqueta. He escuchado que empiezas a perder hasta la coordinación de tu cuerpo. Dejas de ser tu mismo en los últimos momentos de tu vida, aunque al final es algo dulce, porque realmente pasa tan rápido que no sabes ni que estás muriendo. Podríamos decir que la muerte viene a por ti sin enterarte de que ya está aquí y te lleva a su mundo mientras hace el amor contigo.
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Se ajusto los auriculares mientras bajaba la escalera a trote ligero, abrió la puerta del portal y salto a la calle. Pulso el play de su mp3 y comenzó a sonar la primera canción. Había perdido el físico que le caracterizaba y estaba dispuesto a recuperarlo rápidamente.
Aunque su forma no era ni mucho menos la de antaño avanzaba a gran velocidad, se deslizaba por las calles como un profesional. Pronto noto la fatiga y se dio cuenta que aunque su mente estaba dispuesta, su cuerpo se empeñaba en tomárselo con más calma.
Tú puedes se dijo así mismo mientras apretaba la marcha. Le cabreaba lo rápido que se estropeaban los cuerpos. Siempre había sido un deportista y porque llevara un tiempo sin entrenar no debería sentirse tan débil, así que se negaba a su estado natural, podía eso y mucho más.
Se notaba extraño, parecía que le faltase el aire. Empezó a sentirse agobiado, parecía que la niebla se apoderaba de la calle. Realmente estaba mareado y comenzó a tropezar, como si no fuera dueño de su cuerpo. Sus ojos se tornaron gris mientras intentaba quitarse los cascos y el mp3 cayó al suelo. No se detuvo, siguió a trompicones unos cincuenta metros. Su marcha disminuyo hasta pararse por completo y sus rodillas impactaron contra el suelo. Una bocanada de aire hinchó sus pulmones por última vez. Giro la cabeza haciendo una panorámica del paisaje con sus ojos grises ya prácticamente ciegos. Su boca dibujo una gran sonrisa mientras su cuerpo se encontraba con el frío suelo.
La muerte había amado una vez más.
Inquietante! Con cada historia te superas, es fantástico leerte.
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