¡Joder! ¿Qué hace esta puta puerta abierta? ¿acaso se ha convertido esto en un hostal? -dijo gritando sarcásticamente con su típica sonrisita burlona que le acompañaba casi siempre.
Entró en el salón. Santi y Helena discutían a viva voz sobre
su amigo.
Pero, ¿qué coño me
estás diciendo? ¿que el gran Henry –dijo Elena irónicamente - tu pobrecito y
solitario amigo, al que todos los demás han abandonado por ser un puto alcohólico,
egocéntrico, busca líos y tener un acentuado síndrome de Peter Pan a los 35
años, necesita vitalmente hacer un viaje espiritual? Y tú claro, su inseparable
escudero y psicoanalista, abogado del diablo, tiene que ir con él a un lugar todavía por
determinar no sea que el pobrecito niño se vaya a mear en la cama en las noches
solitarias.
Henry Cauver, artista, soñador, amante irresistible,
incomprendido y sobre todo un Peter Pan de 35 años al que cada día le pone más
la sexy y arisca mujer de su amigo. Encantado preciosa. –dijo Henry cortando la
discusión, mientras sobreactuaba la escena y le guiñaba un ojo a su amiga.
Gi-li-po-llas -deletreo Elena mirándole fijamente a los
ojos. Te conozco hace ya muchos años y
has ido destruyendo todo lo que se ha puesto a tu paso y parece ser que en una anticipada crisis de
los cuarenta ante la desolación y el aburrimiento que te rodean, te has
propuesto destruir mi matrimonio atrapando en tu estúpido agujero negro al
capullo de mi marido comillas tu amigo.
No seas así –suplico Santi.
No sé qué decir –contesto seriamente Henry. ¿Realmente tus pechos son tuyos? ¿O son fruto
de algún prodigio tecnológico extraterrestre traído a la tierra para regalarnos
a los humanos semejante maravilla?
Elena sonrió levemente. Eres un puto capullo –contesto entre
sonrisas. Realmente estás fatal de la cabeza. Haber Henry, sabes que me tienes
aquí para lo que quieras, cualquier problema –habló Elena comprensivamente.
Pero lo que quiero es que te centres, que no hagas mas locuras, que sientes esa
cabeza tuya incomprensiblemente destrozada de alguna manera –gesticulaba
mientras intentaba buscar las palabras adecuadas.
Henry con un gesto de seriedad y madurez que no solía sacar
a pasear más de una vez al día asentía con la cabeza. –Puedo decirte que estoy
cambiando, ya no me comporto como si nada importara, pienso las cosas antes de
hacerlas.
¡TOC, TOC, TOC, TOC, TOC! (Un aporreo de la puerta
impresionante corto la conversación) – ¡Se que estás ahí puto chiflado! - ¡TOC,
TOC, TOC, TOC, TOC!
¿Quién es? –pregunto Santi mientras abría la puerta
apresuradamente y con sorpresa ante el estruendo.
¿Dónde está ese imbécil? –gritaba una señor de unos setenta
años mientras entraba con un cabreo inconmensurable. Con que te escondías aquí imbécil
–afirmó dirigiéndose a Henry.
¿Qué sucede Carlos? –preguntó sorprendida Elena a su vecino.
Tranquilícese y díganos que es lo que pasa, pero ante todo cálmese.
¿Qué me calme? –carraspeo el hombre mientras parecía que los
ojos se le fuesen a salir de las orbitas o a explotarle al menos. Ese hijo de puta acaba de mearse encima de mi
Yorkshire. ¡Ay mi pobre Catalina! –exclamo mientras se abalanzaba sobre Henry
Elena y Santi le sujetaban cada uno por un brazo intentando
retenerle mientras el hombre se zafaba con una facilidad y una fuerza impropias
de un hombre de su edad.
Juro que mato a este tío. ¡Lo mato! –gritaba el hombre
mientras zarandeaba sus brazos.
¿Pero qué coño te pasa Henry? ¿Cuál es tu problema? –se esforzaba
por decir Elena mientras luchaba con el viejo.
¡Maldita sea! ¿Lo ves cariño? Henry necesita ayuda –decía
Santi agarrado a la cintura del hombre.
En mi defensa puedo decir que esa cosa con patas empezó. Se
meo en la rueda de mi coche mientras estaba aparcando –asentía Henry con cara
de no haber roto un plato.
¿Y por eso te meas encima de un puto perro? –dijo Santi a
voz en grito, justo antes de que el
abuelo al escuchar esto le lanzara un puñetazo que impacto cual meteoro en su
ojo derecho.
Santi k.o. calló como un saco de arena sobre la mesa de la
cocina que cedió ante el peso y fue a desplomarse contra el suelo como si se
tratase de una demolición.
¡Santi! –grito Elena. ¡Cariño!
Esto no quedara así meón –dijo el abuelo señalando a Henry
mientras se dio la vuelta y se marchó pegando un portazo al salir.
¡Joder! –exclamo Henry alucinado enseñando una gran sonrisa
mientras miraba a su amigo tirado en el suelo. Acaba de noquearte un abuelo.
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