Cada día soleado, cada año cuando llega el verano, cada vez
que una canción de la época llega a mis oídos, un leve aroma, un susurro que
acaricia mi mente y en un segundo los recuerdos me invaden, la puerta de la
nostalgia se abre y una sonrisa aparece en mi rostro. Un rostro totalmente
diferente al que fue, pero que aún oculta una parte del niño, ese niño que
vivió y disfrutó de los veranos de una época diferente a ésta, un niño que
conoció la verdadera felicidad…
…Un calor abrasador saturaba el ambiente. Las moscas
dominaban los cielos y una vez más las chicharras protagonizaban la banda
sonora del verano. Y allí estaba yo atravesando los caminos a una velocidad que
cortaba el aire, encima de mi inseparable bici, que tantas tardes me acompañó
en mis andanzas. Bajé la empinada cuesta que separaba el camino del inicio del
pueblo, crucé la calle mayor, giré a la derecha en la calle Clavel mientras
saludaba a la señora Carmen, crucé el puente del arroyo, y cuando llegué a una
casa con dos grandes puertas de madera pintadas de
verde frené poco a poco para llegar detenerme junto a una puerta más pequeñita,
está pintada de un color marrón caramelo.
¡Eh! ¡Miguel! No llames que estoy aquí –dijo una voz que se
aproximaba camino arriba. Era Totó, mi mejor amigo. En realidad se llamaba
Antonio, pero nadie le llamaba así, todo el mundo le llamaba Totó.
Totó aparte de ser bajito para su edad, tenía una vocecilla atípica,
muy fina, lo cual le hacía parecer mucho más joven. Venía corriendo fatigado,
con unos mofletes rosas que a mí me
hicieron mucha gracia.
Pareces un tomate –reí. ¿De dónde vienes?
Vengo de traer esto a mi madre –contestó Totó señalando una bolsa de cuero marrón que parecía contener algún encargo. Espera un momento –dijo mientras entraba corriendo en la casa y volvía a salir en unos segundos.
Haber Miguel atento a lo que voy a decirte, el señor Ramón de la cooperativa, el dueño de los viñedos, el de…
Si, se quien es, que es lo que pasa, dímelo de una vez –le corté
yo.
Que acaba de llegar al pueblo a pasar el verano. No te
acuerdas del verano pasado, nos dejó entrar a su finca a bañarnos en su piscina
y fue estupendo –decía Totó con los ojos inundados de emoción.
Yo reía a carcajadas. ¿Eso es todo? ¿Por eso estas así? –dije mientras seguía riendo. Creía que me dirías algo acerca de la verbena de de la semana que viene, la fiesta de inicio de verano, que por cierto estoy deseando que llegue ya.
Totó me miro con cara de pocos amigos –bueno pero coge la
bici ahora mismo y vamos a la finca para ver que vemos por allí.
Y viendo que no teníamos nada mejor que hacer, asentí, cogimos
nuestras bicis y nos lanzamos a la aventura del día. Pedaleamos sin descanso
hasta llegar a la finca del señor Ramón, mientras yo iba observándome todo el
camino los pies, ahora dentro de una zapatillas nuevas que mi madre me acababa
de comprar y la verdad no me acababan de convencer, eran de tela azul con la
suela blanca y con sus cordoncitos blancos atados en dos lazadas que bailaban
sin parar. La verdad que no me gustaban mucho.
¡Mira vienen en un camión! –Totó frenó de repente, haciéndome
realizar una maniobra de evasión del golpe.
Casi me caigo por tu culpa – increpé, es una furgoneta, idiota.
Casi me caigo por tu culpa – increpé, es una furgoneta, idiota.
Vamos a saludarlos –y salió corriendo.
Espérame Totó –grité mientras mi amigo se alejaba. Miré mis feas zapatillas, estaban llenas de polvo y salí tras él.
Llegamos junto a la furgoneta que estaban descargando. Tenía una sed voraz, habría dado lo que fuera por un Flash de lima limón en ese momento. Hombro con hombro nos acercamos poco a poco. Había varias personas en ese momento junto a la furgoneta y no dejaban de bajar paquetes.
¡Buenos días! ¡Bienvenido al pueblo señor Ramón y bienvenida
señora Catalina! –dijo Totó de carrerilla a forma de frase aprendida de memoria,
haciéndonos visibles en ese momento a todos los presentes.
Buenos días chicos –se dirigió a nosotros la señora, mientras como no pellizcaba con ganas los irresistibles mofletes de Totó, que eran igual a un imán para todas las madres, tías y abuelas de todos nuestros amigos.
Pero que grandes que estáis, como habéis cambiado desde el año pasado.
El señor Ramón se acercó serio. ¿Cómo va todo por aquí
chicos? –nos pregunto a forma de saludo. Sin duda era un hombre sobrio y
elegante, que no se iba a rebajar con unos niños.
Mientras yo permanecía callado e inmóvil, Totó no dejaba de
hablar y de hacer preguntas. Observé a mí alrededor y observé los grandes
viñedos que rodeaban esa casa. Entonces la vi a ella, esta junto a la furgoneta, la verdad
es que juraría que no la había visto nunca, pero un chico de diez años tampoco
es que prestara normalmente mucha atención. Era guapísima, sin duda.
¿Qué miras tan atento chico? –se dirigió a mí la señora
Catalina sacándome de mis pensamientos. Ya sé –dijo mirando a su espalda. Rosa
ven, mira voy a presentarte a estos chicos del pueblo, son muy simpáticos. Es
mi sobrina y va a pasar el verano aquí con nosotros.
Sin duda el verano acababa de dar un giro inesperado para
mí. Tenía mucha curiosidad por conocer a esa chica, nunca había tenido una
amiga y esa en especial era preciosa.
Señora Catalina, ¿vamos a poder venir a su piscina este año?
–volvió a preguntar Totó.
Claro que si cariño, claro que sí.
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